Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 2 de julio de 2013
Este artículo analiza el impacto
que las políticas públicas neoliberales han tenido en la distribución
de las rentas en España, mostrando que las rentas derivadas del capital
han crecido desorbitadamente a costa de las rentas del trabajo. El
artículo señala como esta realidad queda ocultada por el silencio en la
narrativa de los establishments políticos y mediáticos, que vetan el uso
de categorías analíticas como clase social y lucha de clases.
¿Existe la lucha de clases? En realidad,
muchos se preguntarán incluso si existen clases sociales. Algunos
columnistas ultraliberales que gozan de grandes cajas de resonancia en
los medios públicos y privados de Catalunya incluso han llegado a
ridiculizar el mero concepto de clase social. En realidad, términos como
burguesía, pequeña burguesía o clase trabajadora casi nunca aparecen en
las páginas de los medios de mayor difusión. El único término que se
utiliza en tales medios es el de clase media, donde, por lo visto, la
mayoría de la ciudadanía se encuentra. En esa estructura social, la
población se divide en ricos, clase media y pobres. Esta definición de
la estructura social refleja, por cierto, la enorme influencia en España
de la cultura dominante en EEUU, donde términos como burguesía o clase
trabajadora nunca se utilizan. Son parte del lenguaje prohibido. En
aquel país, el término clase media se utiliza para definir clase
trabajadora. La americanización de la cultura política y mediática de
España (fenómeno masivo que considero muy preocupante) se traduce, así,
en la americanización del lenguaje.
Y en este nuevo lenguaje, el concepto de
lucha de clases aparece también en España como anticuado. Ya nadie lo
utiliza. ¿Por qué? Por la misma razón por la que está en la práctica
prohibido en EEUU. La enorme influencia de la clase dominante, es decir,
de la clase capitalista (término que es considerado más que anticuado;
se define casi como blasfemo) aparece en una cultura en la que el
lenguaje de clases y lucha de clases no existe. Este es uno de los
mayores indicadores de aquel dominio de clase. El mero concepto de clase
desaparece. Y esto es lo que está ocurriendo en nuestro país.
Y, sin embargo, continúa existiendo lo
que Noam Chomsky, en la introducción al libro Hay alternativas.
Propuestas para crear empleo y bienestar en España (de Vicenç Navarro,
Juan Torres y Alberto Garzón) ha definido acertadamente como la guerra
de clases unilateral, es decir, la agresividad que se ve y se palpa en
bases diarias de la clase capitalista en contra de la clase trabajadora y
de las clases medias, que juntas suman la gran mayoría de la población,
las clases populares. Es lo que en lenguaje anglosajón radical (del
Occupy Wall Street Movement) se llama la lucha del 1% de la población
(los súper ricos, que junto con otro 9% constituyen los establishments
financieros, empresariales -de las grandes corporaciones-, mediáticos y
políticos que dominan las instituciones mal llamadas representativas del
país) contra la gran mayoría de la población. En esta “guerra de
clases”, la lucha de la burguesía en contra de la clase obrera se ha
ampliado y redefinido para pasar a ser la lucha de una minoría –las
elites financieras y de las grandes corporaciones que controlan la
actividad económica del país- ayudada por las elites mediáticas y
políticas, frente a la gran mayoría de la población (el 90%).
No hay manera más fácil de demostrar que
España tiene clases sociales que mirar a nuestro alrededor, observando
dónde vive la gente, cómo vive y cuándo muere. Cojan ustedes un taxi y
conduzcan por los barrios de Barcelona. Verán ustedes que hay claramente
barrios burgueses, barrios pequeño burgueses, barrios de clase media y
barrios de clase trabajadora, que a su vez pueden diferenciarse entre
clase trabajadora cualificada y clase trabajadora no cualificada. Verán
fácilmente que no es cierto que todos los barceloneses vivamos en
barrios de clase media. Y verán también como el tipo de comercio va
orientado a distintas clases sociales. Y si miran las tasas de
mortalidad verán que siguen un gradiente según su clase social, de
manera que en España un burgués, como promedio, vive diez años más (sí,
diez años más) que un trabajador no cualificado en paro crónico.
¿Existe lucha de clases?
Una manera fácil de verlo es analizar la
distribución de las rentas en el Estado español hoy. Estas, las rentas
del país, derivan bien de poseer capital (tal como acciones bancarias u
otros bienes que generan dinero) o del trabajo, es decir, de los
salarios y otras rentas asociadas al trabajo. La gran mayoría de la
ciudadanía consigue sus rentas a partir de su trabajo. Solo una minoría
(muy minoría) deriva sus rentas del capital.
Pues bien, analicemos cómo han ido
evolucionando estos dos tipos de rentas en España. Si las rentas
estuvieran distribuidas proporcionalmente a como se distribuye la
población, las rentas del capital serían un porcentaje del total de
rentas muy bajo, pues los capitalistas –que obtienen sus rentas de la
propiedad del capital- son un sector muy pequeño de la población. Pero
en realidad, debido a la mala distribución de las rentas a favor del
capital (es decir, de los capitalistas) a costa del mundo del trabajo
(incluido usted lector y yo, puesto que deduzco que los capitalistas no
me leen), observamos como las rentas del capital alcanzaron más del 40%
de las rentas totales. Y las rentas del trabajo oscilaron alrededor de
un 50% (hay un 10% que procede de otras fuentes) durante los últimos
treinta años.
Esta cifra ya le da a usted una idea de
quién tiene más poder en España. Por cierto, que España es uno de los
países de la UE-15 donde las rentas del capital son más altas, y por lo
tanto donde las rentas del trabajo son más bajas. El poder del capital
sobre el Estado explica que las rentas del capital se gravaran mucho
menos que las rentas del trabajo. Incluso el Banco Central Europeo (que
es una institución de las más conservadoras que hay en el establishment
conservador que gobierna la Eurozona) ha indicado que los beneficios de
las grandes empresas en España son demasiado altos en comparación con
otros países de la Eurozona.
Pero, por si fuera poco, las políticas
neoliberales (que son las políticas promovidas por el capital en los
medios y en las instituciones llamadas democráticas) han ido acentuando
todavía más esa polarización, de manera que este año las rentas del
capital, por primera vez desde que se recogen datos sobre la
distribución de las rentas, han sido mayores (46%) que las rentas del
trabajo (45%). La situación no podía haber ido mejor para los
capitalistas. Aunque usted no lo sabrá puesto que no aparecerá en los
medios de mayor difusión, donde usar la palabra “capitalista” es
anticuado, y hablar de “lucha de clases” es “demagógico”. ¿Se da cuenta
usted, lector, del significado que tiene que a un lenguaje se le fuerce y
margine para que aparezca como anticuado? Y mientras tanto la lucha de
clases ha alcanzado un nivel de hostilidad sin precedentes. Excepto en
la mal llamada Guerra Civil, que fue una lucha de clases de primera
magnitud, realizada por medios militares, no habíamos visto una lucha
con semejante agresividad. Llevada a cabo ahora por el gobierno más
reaccionario que España (ver “El gobierno Rajoy, el más reaccionario de
la eurozona”, El Plural, 01.07.13) ha tenido desde el establecimiento de
la democracia, se están recortando derechos laborales, sociales,
civiles y políticos con una hostilidad que justifica la definición de
“guerra de clases” que utiliza Chomsky. La única alternativa a esta
situación es que esta guerra sea bilateral y que la mayoría de la
ciudadanía, que deriva sus rentas del trabajo, se rebele por todos
medios (siempre y cuando no sean violentos) a fin de parar/revertir
aquella agresividad. Nunca olvidemos lo que se nos quiere hacer olvidar:
que Franco murió en la cama pero la dictadura murió en la calle. Hoy
estamos al final del periodo que se inició con aquella Transición de la
dictadura a la democracia, una Transición profundamente inmodélica que
nos dio una democracia profundamente limitada y un bienestar sumamente
insuficiente. Hoy se requiere una segunda Transición que permita el paso
a una democracia completa y a un bienestar social que responda a las
necesidades de las clases populares (que son la gran mayoría de la
ciudadanía), revirtiendo y cambiando la enorme concentración de las
rentas y de la riqueza en España que están corrompiendo la democracia
subdesarrollada que existe en este país.
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