Font: Público
Saliendo esta mañana de un hospital público de gestión privada, me
encuentro a un viejito vestido con ropa de enfermo. Es extraño. Está
nevando. Mira los copos como si estuviera contando estrellas. Silba,
sentado en un banco, luego deja de narrar la melodía y fuma de un
cigarro como si le fuera en ello la suerte a los 300 de las Termópilas.
Bebe, sin culpa de herido, de una lata de cerveza. Otras dos vacías
reposan derrotadas entre los travesaños del asiento. Un periódico hecho
un amasijo inútil de hojas arrugadas cuida el sueño de las cervezas.
Sonríe con cara pícara. Le miro, devolviéndole la sonrisa, alegre por su
irreverencia y me sorprende diciéndome: “-Espero que no le hayan dado
cita para dentro de seis meses. Dentro de seis meses, todos muertos-”.
Me paro divertido y le digo: -”¡Keynes!”-recordando la frases del
economista inglés que intranquilizo al padre de los neocon. -”Tranquilo
abuelo, que venía solo de visita. ¿Y usted? ¿No hace mucho frío para
estar aquí afuera?-”.
El viejito, pega un sorbo a la cerveza y me dice: “-Qué más da. Frío,
calor… Los telediarios nos dicen lo que quieren que creamos. Y yo me he
cansado de las mentiras. Los viejos les sobramos a estos fascistas. Ya
no visten de azul pero son los mismos. Los hijos, los nietos, las
queridas. La familia de los del 36. Así que prefiero morirme de frío
aquí afuera que de abandono ahí dentro. ¡Dita Que los parió!- luego se
queda pensando como suyo no estuviera ahí, como si algo poderoso lo
convocara. Pasado un minuto, sigue: “-Además, hoy se ha muerto Manuel.
Me voy con él. Con Manuel. Maldita sea… ¡Cuántos tiros pegamos en el
frente del Ebro! Éramos unos críos, ¡Pero teníamos lo que hay que tener!
Luego… Bah, luego todo se jodió. Si pierdes una guerra, estás jodido. A
Manuel le traicionaron todos. Bueno, a todos nosotros nos traicionaron
todos. Yo me tuve que aguantar, pero él dijo que no le iban a torcer el
brazo. Era muy suyo. Y quería olvidar de este país de mierda. Se cambió
el nombre. Fíjate cómo es la vida. Luego se hizo famoso. Y hoy, que he
decidido morirme, sale en los periódicos. Stéphane Hessel. Manuel, mi
amigo, mi hermano-“.
Mi sorpresa empieza a crecer. -¿Stéphane Hessel era español?-. Y el
viejito, escupiendo sobre el césped, con la cabeza doblada, dice: “-Más
que el gazpacho cargado de ajo, más que Picasso tocándole el culo a su
novia francesa, más que el Quijote, más que Max Estrella muriéndose de
frío. Pero este sigue siendo un país de cabreros. Tan ingrato… ¿Tú crees
que lo habrían celebrado así si supieran que era de Albacete? En
Francia, bueno. O no. Pero aquí… Stéphane era muy listo. No puedes ser
de un país que ha perdido una guerra. Manuel era de La Nueve. Liberamos
París. Allí nos respetan. Liberar París de los franceses
colaboracionistas te hacía un héroe en Francia. En España te hacía una
mierda”.
Mi perplejidad enfriaba la nieve. Muchas cosas encajaban. Eran
republicanos españoles los que entraron con “La Nueve” en los primeros
tanques que liberaron París con el general Lecrec. ¡Hessel uno de ellos!
¡Ahí estaba su gloria! Habían perdido la guerra contra el fascismo en
España y entendieron que la pelea continuaba en Francia. Hitler, Franco,
Mussolini. Caimanes del mismo pozo. Aún recuerdo cuando los indignados,
que escogieron el libro de Hessel como referencia, hicieron quitar
banderas republicanas de la Puerta del Sol en los comienzos del 15M.
Esos jóvenes, con la memoria hurtada, adoraban a Stéphane y despreciaban
a Manuel. Quién los había engañado… ¿Modélica unaTransición que había
mentido sobre esas cosas?
De regreso a casa, escucho la radio. Todas las emisoras coinciden:
bendito Stéphane Hessel. Un antifascista. Suena bien. Como en
Casablanca. Manuel. Un antifascista. Primero contra Franco. Luego,
contra Hitler y Mussolini. ¿Un antifranquista? Stéphane hoy es
mencionado en todos los telediarios. Manuel… Los Manuel, las Rosa, los
Miguel, los Pedro, las Fuencisla siguen muriéndose todos los días en
silencio. Muere hoy también una artista del teatro. Su pasado enmudece
cualquier recuerdo. ¿Para qué mencionar que el mundo de los versos
luchó contra la dictadura? Luego, el Ministro Wert diría que los
artistas faltan al respeto a las instituciones. Los cómicos, pasados por
las armas por el dictador desde el primer momento.
Quiero saber si el abuelo me está diciendo la verdad. Quiero seguir
hablando con él. Pero han llegado dos tipos de una contrata de seguridad
y se lo llevan adentro a la fuerza. Uno de ellos le espeta: “¡no joda
viejo, que si se muere aquí afuera mete en un jaleo a la contrata!”.
Me mira el abuelo y me grita mientras lo llevan flaquito en volandas:
-”¡si te vas a tener que ir de España tú también llévate a los malos
por delante! ¡Siempre les sobramos medio país! ¡Acuérdate de Manuel!
¡Que no os roben a vosotros también el nombre!”-. Paralizado bajo la
nieve un destello me pregunta: “¿Por qué la II República sigue
floreciendo en cualquier parte menos dentro de su casa?”. Meten al
abuelo dentro del hospital privatizado. Le arrancan de un manotazo la
lata de cerveza. Noto hervir la nieve. El aire frío me agarra por los
hombros: ¿los de la Gürtel nos van a volver a robar la memoria? Y
entiendo que da lo mismo que Hessel sea o no Manuel. Que Manuel sea o no
sea Hessel. La herida está en los miles de Manueles silenciados, en las
miles de Manuelas silenciadas. El legado que los gobiernos de la
“democracia” nos entrega. Hombres y mujeres que adelantaron nuestra
rabia. Olvidados.Sin homenaje. Transición inmaculada.
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